El grado de hidratación cutánea es el resultado de la transferencia de agua que realiza la sangre a los tejidos (junto con los nutrientes y oxígeno). Este aporte que se produce desde el interior hacia el exterior, donde se evapora, es el proceso natural de hidratación de nuestra piel. Cuando el aporte de agua se produce desde fuera hacia adentro, es decir, cuando es nuestra piel la que toma del exterior humedad, ya sea de forma natural o artificialmente, hablamos de humectación. Por lo tanto, contamos con dos vías esenciales para aportar hidratación a la piel, una interna y otra externa.
También los factores que inciden en nuestros niveles de hidratación cutánea son externos e interno. Externos, como la dieta, la ingesta de líquidos, el estrés o ciertos fármacos; y factores internos inherentes a nuestro organismo y su funcionamiento natural, ya que con el paso del tiempo disminuye la síntesis de lípidos de la epidermis y las glándulas sebáceas son menos activas, por lo que la capa córnea no retiene agua y se reseca.
La deshidratación por lo tanto, es en cierto sentido natural y afecta a todo tipo de pieles, ya sean secas, mixtas, grasas, sensibles o reactivas. Los síntomas son claros: sensación de tirantez, falta de flexibilidad, pérdida de suavidad, escozor y descamación, y se ven agravados con el paso del tiempo, por lo que se puede decir que la deshidratación es la primera etapa del envejecimiento y la hidratación la primera necesidad de la piel.
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